Una de las primeras
cosa que me contó Azul, fue como dejó de ser un oso pardo salvaje para
convertirse en un oso azul familiar. La culpa la tuvo el duende del monte.
Azul había nacido en una montaña muy
alta cerca del mar. Cuando cumplió los tres años ya era un oso adulto. Pero
desde muy pequeño notó que no era un oso normal; soñaba y, al contrario de lo
que le pasaba a sus amigos, no le asustaba el ruido de los niños jugando en el
bosque.
-¿Puedes hacer que
me lleve el color del mar?- fue su única pregunta.
El duende cumplió sus deseos y por eso
su piel ahora es azul.
Inmediatamente le transporto a una
enorme juguetería, donde conoció a muchos otros animales que también querían
ser compañeros de algún niño. Antes de dejarle, el duende le explicó que era
muy importante elegir bien la persona con la que irse.
Después de varias semanas de espera,
entró en la juguetería un hombre algo mayor que enseguida captó la atención de
Azul. Ese hombre resultó ser mi abuelo. Yo acababa de nacer y el buscaba un
animal para regalármelo. Azul puso una sonrisa de oreja a oreja, encendió sus
ojos y se puso en pie para no pasar desapercibido. Consiguió su objetivo,
porque mi abuelo se fijó inmediatamente en él.
Lo primero que hice cuando le vi fue
darle un gran abrazo. Yo eso no lo recuerdo muy bien, pero Azul me repetía que
le sujeté con tanta fuerza que hasta que no me quede dormido no consiguieron
que me separara de él.
Desde ese día es mi compañero de mi
habitación. Ahora ya tengo catorce años y otros dos hermanos. Azul sigue en mi
habitación, encima de mi cama, guardándola hasta que yo me acuesto.