Apenas
tenía Vierja cumplidos los tres años cuando vio por primera vez a un caballo.
Bueno, en realidad habría que decir que miró fijamente a un caballo; porque
verlos, los había visto numerosas veces paseándose en su pueblo, montados por
los habitantes del mismo.
Pasó ante su puerta un caballo sin
jinete, de un color rojo oscuro y unos ojos negros y brillantes. Vierja creyó
notar que el caballo casi se paraba ante él, le lanzaba una mirada llena de
preguntas y le pedía que fuera su amigo. Dos días después descubrió que aquel
caballo era del viejo Mejai, el maestro que había enseñado a todos los del
pueblo a cabalgar. Y cuando les vio juntos, también el maestro le sonrió.
Dos años después comenzó a pedirle a su
padre que le llevara a la escuela a aprender a montar. Pero tuvo que esperar
otros tres años, pues Mejai no aceptaba jinetes menores de ocho años; y eso si
él les veía especialmente capacitados.
No tardó ni una semana en sentirse
totalmente seguro sobre el caballo; no tardó más que un par de meses en ser uno
de los jinetes más aventajados. Parecía que su presencia calmaba a todos los
caballos y les hacía galopar más deprisa que con ningún otro jinete.
Una tarde de otoño, volvió a pararse
ante él aquel caballo rojo oscuro. Parecía que le invitaba a subirse sobre él.
Vierja no lo dudo y comenzó la galopada.
Al volver al pueblo, el viejo Mejai, le
comentó con bastante asombro:
-Es
la primera vez que mi caballo se deja montar por alguien que no sea yo. Supongo
que significa que un día me sustituirás en la tarea de enseñar a otros
caballeros.
Vierja sonrió feliz. Aquella noche soñó
con el caballo mágico.
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